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Colaboración Jesús Mario Blasco El Heraldo de Aranjuez

GRIPADO

Así está el principal motor económico de nuestra ciudad. Puede que esté incluso peor, que lleve años parado, oxidado y enmohecido y nos movamos por la formidable inercia generada años e incluso siglos atrás. Me estoy refiriendo al sector turístico, que a su vez se imbrica y tira de otro imprescindible como es representado el tejido comercial. Los duros años de crisis han servido de parapeto y no han dejado ver con toda su crudeza que Aranjuez pierde interés para los visitantes a marchas forzadas. Desde el techo alcanzado en 2009, cuando más de 110.000 personas pasaron por nuestra oficina de turismo, el número de visitantes no ha hecho más que bajar con la tímida excepción de 2013. Los datos de 2014 apuntan a una caída del 12%, cuando en el mismo periodo de tiempo en la Comunidad de Madrid se produjo una subida de casi el 9% y en ciudades de carácter monumental como Alcalá de Henares el volumen de pernoctaciones subió un 7%. Se acabaron las excusas. No es la crisis que azotó y aún azota a nuestro país (aunque también haya contribuido) el mal está aquí, y si no somos capaces de ponerle solución, de aquí a unos años seremos un destino turístico de tercera división. Lo cual es verdaderamente lamentable, cuando lo que hay que ver, lo que hay para mostrar es división de oro.

Una de las causas hay que buscarlas en el propio visitante. Cada vez más exigente, cada día más inconformista. Lo que valía hace dos décadas ya no vale. Ha variado todo, hasta el concepto de ocio, y definitivamente Aranjuez se ha quedado anclado en los años 80, convertido en una especie de plató de rodaje perpetuo de “Cuéntame”. No ha sabido reinventarse, no ha sabido adaptarse, y para más inri ha perdido fuelle en aquellas parcelas donde era un rival fuerte. Jardines históricos donde se nota la tijera de Patrimonio, más empeñado en enterrar millones en su inmenso mausoleo del Campo del Moro que en atender a sus Reales Sitios, recintos reales a los que, como las hormiguitas, se les va vaciando de contenido y de tesoros, como el Dessert de la Casita del Labrador. Con unas fuentes a las que ya solo más viejos del lugar recuerdan funcionando y un Paisaje Cultural que, admitámoslo, somos incapaces no ya de cuidar, sino de mostrar. Hemos fracasado estrepitosamente a la hora de “venderlo”. Uno de los recintos patrimoniales más extensos y complejos de España, que engloba palacios, jardines, casco urbano barroco, paseos arbolados geométricos con árboles varias veces centenarios, río, huertas, presas, canales, azuda… que es a la vez el más desconocido. No solo no se ha podido lograr en 20 años hacer penetrar al turista en el casco o que visite monumento extramuros como el Mar de Ontígola o el Real Cortijo de San Isidro, sino que estamos logrando lo que parecía imposible: que se cansen de ver el palacio y los jardines.

La consecuencia de todo esto es obvia. Al averiarse la locomotora, el resto de vagones empiezan a frenarse. El fenómeno de despoblamiento del casco histórico, que también se dio en otras ciudades históricas en los 90, aquí no se ha podido revertir. Ha devenido en abandono, en pérdida de atractivo. Con la despoblación, el comercio se ha resentido y zonas antaño bulliciosas quedan en silencio a la caída de la tarde. Como es evidente esta situación no potencia precisamente su visita. Iniciativas como la conversión del tradicional Mercado de Abastos en un centro que también ofrezca restauración y ocio, o la posible recuperación del Hospital de San Carlos como recinto universitario van en la buena dirección, pero necesitan de un necesario tratamiento del entorno para que aquellos se beneficien de él y no sea un entorno inhóspito. Dotar de contenido al casco (comercial, gastronómico, universitario, cultural en suma…) es imprescindible para su mejora, así como dotar de accesibilidad a los Sotos Históricos e invertir en su mantenimiento es obligado para que sean conocidos por el visitante. Porque solo se valora aquello que se conoce, y cuando el visitante tenga constancia de estar visitando un lugar único, de que con sus sentidos palpan y sienten algo nuevo, entonces querrán volver. Porque sabrán que Aranjuez es mucho, muchísimo más que su palacio y sus jardines, y lo que es capaz de ofrecer -que es mucho- es inabarcable en un solo día.