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Colaboración Jesús Mario Blasco en el Heraldo de Aranjuez.

Como en tu casa

¿A que eso seguro que no lo haces en tu casa? Frase de reprimenda comodín a emplear tanto para el niño que pinta en su pupitre, como para aquel que ensucia las paredes con garabatos y pintadas, o incluso para los no menos incívicos que tiran papeles al suelo. Y sí, hay cosas que a buen seguro muchos no harían en su casa.

Buenas costumbres que se olvidan al pasar del umbral de los domicilios particulares. Sin embargo, parece que los ciudadanos somos menos combativos con aquellos encargados de gestionar el dinero público. Porque este dinero, lejos de lo que dijo un representante hace unos años, sí tiene dueño. El dueño somos todos. Y no es un eslogan (como decía del de Hacienda la abogada del Estado defendiendo a la Infanta Cristina) es la realidad. Como hemos dicho en múltiples ocasiones, el gobernante es un intermediario, es un gestor de los bienes de todos los ciudadanos, y tiene la obligación de realizar tal gestión de manera eficaz. Tan bien como si se tratara exclusivamente de su dinero.

Es evidente que esto no sucede así en demasiadas ocasiones. La situación de crisis generalizada, especialmente en las administraciones con menor capacidad de generación de ingresos (como desgraciadamente ocurre con los Ayuntamientos, a la espera de un pacto local que mejore esta circunstancia) es la que ha puesto coto a muchos desmanes. Ha sido la que ha recortado, aunque sea por la vía de la fuerza, derroches y gastos suntuarios que, insisto, de tratarse de economías familiares muchos no habrían hecho. Ahora nos acordamos de la exposición de las alfombras azules que costó la nada desdeñable cifra de 600.000 euros, con patrocinios, sí. Pero un dinero que habría venido muy bien para inversiones y mejoras. Un dinero que ahora mismo Aranjuez mataría por tener. Pero, ah, eran otros tiempos, donde disparar con pólvora del rey era más fácil.

Y quien habla de dinero, suciedad por las calles, elementos de mobiliario que no se arreglan y defectos en el pavimento, habla de otras circunstancias. Después de 18 millones de euros de todos los Ribereños gastados en construir una ciudad deportiva en Olivas, después de privatizar ipso facto su gestión, después de pagar a la concesionaria hasta los gastos de suministros de agua, luz y gas (por “error”, se cuenta… ¿Pagaría usted por error los suministros de su vecino o de su inquilino… durante cinco años?) ahora resulta que hay que sacar la billetera y pagar los daños sufridos en la cubierta tras la tormenta de agosto. Vamos, que los ciudadanos, paganos (y “paganinis”) antes, durante y después. Era evidente que el consorcio de seguros se echara para atrás, más que nada cuando no se tiene contratado uno sobre el edificio. Y aquí viene la guerra, los trastos a la cabeza, que te correspondía a ti, no, a ti, a la empresa, etcétera. Pero la realidad es clara, a pagar, los vecinos. La otra opción también era clara, tener la piscina cubierta de Olivas rellena de palés y pudriéndose en el limbo como la del Agustín Marañón. Susto o muerte.

En resumidas cuentas, aquello que es de todos merece una gestión responsable. Está permitido tener errores, pues todos somos humanos, pero no negligencias, y menos aún cuando estas se cometen año tras año. En nuestros domicilios sería imperdonable, y en el domicilio común de todos, que es nuestra ciudad, también debería serlo.